jueves, 19 de junio de 2014

Niccolo Paganini: El músico endemoniado (Parte I)


Ir a cementerios para tocarle a los muertos. Un virtuosismo apoyado en un síndrome que sufre una entre diez mil personas. Una vida con un equilibrio perfecto entre la disciplina y el desenfreno.  Una técnica  excepcional proveniente del sacrificio y quizás del inframundo.
  
La sombra detrás de aquel violinista luce un tanto extraña, como si fuera independiente de él.  Es raro que nadie más lo haya notado, quizás nadie puede usar sus demás sentidos cuando el oído es  estimulado  a tal extremo. Pareciera que Niccolo Paganini no fuera humano, su habilidad debe provenir de algo más que la ardua práctica. El público está  extasiado con la ejecución de cada capricho, como hace llamar a sus piezas musicales.  

Entre las butacas se cuenta la historia de un niño que era obligado a practicar con su violín para poder comer. Alguien que sacrificó prácticamente toda  su niñez para perfeccionar su arte en la música. Dedicarse arduamente desde una temprana edad fue en parte influencia de su padre Antonio Paganini, el que era  además de un comerciante marítimo, un violinista. Mientras más conocimiento el padre le transmitía a su joven hijo, esté más rápido lo captaba. Su habilidad innata para la música además de una extraña condición genética le permitió revolucionar cientos de mentes.

Y así lo demostraba en su puesta en escena. Niccolo extendía su mano con una flexibilidad sobrehumana. Sus dedos son como un compás extendido. Esta rara condición en sus dedos le permitía articular notas que para cualquier otro ser humano serían imposibles de replicar. Sin embargo, esta flexibilidad no solo se limitaba a sus dedos sino que también  la tenía en sus antebrazos y hombros.

Según los síntomas que tenia Niccolo, en la actualidad sería diagnosticado bajo el síndrome de Ehlers-Danlos. Esta extraña condición tiene más de 11 variantes, por su tiempo de vida de y los padecimientos que sufrió se podría determinar que se encontraba en la III etapa. Antes se creía que sufría del síndrome de Marfan, el cual genera una desproporción esquelética y una elevada estatura. Esta hipótesis quedó descartada al analizar su cadáver, el cual tenía una estatura promedio.

Al ver cómo elabora melodías de su violín se nota que sus manos en vez de abarcar torpemente el instrumento, lo recorren con una aguda precisión,  esos movimientos coreografiados que denotan una delicadeza en cada milímetro.

Su virtuosismo llena la sala entera, pero su físico contradice todo lo que puedes percibir por el oído, su aspecto parece ser el resultado de una vida llena de excesos. Una vida que inexplicablemente tiene un contraste perfecto entre  la disciplina que posee un genio con el desenfreno de un ser despreocupado.

Alexander Alvarez

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