miércoles, 25 de junio de 2014

Cidade de Deus (2002)

Busca-pé (Alexandre Rodrigues) vive en Ciudad de Dios, una peligrosa favela de Río de Janeiro. Sin embargo, él no es como el resto de los jóvenes con los que convive. No le gusta la vida delictiva que ha llevado su hermano y sus amigos. Por esa razón decide no seguir sus pasos, pues desea ser fotógrafo cuando crezca.




Sin embargo, conforme pasan los años, el crimen y el negocio de las drogas crecen exponencialmente, arrastrando así a muchachos que él conocía desde su infancia. El caos se desata y con el paso del tiempo produce una guerra entre pandillas, donde incluso Buscapé se ve involucrado.


Fernando Meirelles nos da una lección de buen cine y demuestra que, si realmente alguien se lo propone, en ésta parte del mundo también es posible crear soberbias películas capaces de competir contra productos mundiales de alto calibre sin el menor de los complejos. Los diferentes estilos con el que se narra la película le permiten la ligereza suficiente para atrapar al espectador desde el primer instante, como el uso de la cámara en mano y los constantes cambios de plano.


Durante las dos horas del metraje, recurre a la diversidad de personajes e historias que envuelven la ‘Ciudad de Dios’ para contarnos cómo el ansia de poder y las diversas disputas, envuelven a una sociedad donde la dominación de territorios y dinero, son la única forma de hacerse valer, de reafirmarse como el más fuerte.
“Tu matou o malandro mais responsa da Cidade
de Deus”
El tráfico de drogas es solo uno de los varios subtemas utilizados, el más interesante de ellos es la pérdida de la inocencia. En un universo no apto para débiles y cobardes, los niños son forzados a adaptarse al violento espacio que les rodea. Crecen pensando que tener un arma y humillar a otro, es el ideal. Matar a alguien es tan fácil como respirar.


En representación de todos ellos se resalta al Zé Pequeno de Leandro Firmino, un personaje tan complicado que no sabríamos si considerarlo villano o víctima de su propio entorno. El lado opuesto lo interpreta Phellipe Haagensen como Bené, tal vez el malandro más ‘cool’ que conoceremos jamás.
Ambos actores tienen una química única frente a la pantalla. Sobretodo Haagensen, que se desenvuelve magníficamente. Su presencia es un alivio para el espectador. Gracias a él la película no cae en una depresión total pues, su calidez le garantiza un gran respiro en momentos en los que Zé Pequeno no puede controlarse a sí mismo.


Cidade de Deus es entretenida, no deja puntos muertos en su montaje, en cada secuencia consigue mostrarnos algo nuevo. Sus logros técnicos son sorprendentes. Las actuaciones son excelentes y los innumerables personajes enriquecen considerablemente la trama.


El caos evoluciona. No acaba con la muerte de nadie, sino que prepara el escenario para siguiente acto, probablemente más sanguinario que el anterior. La anarquía surge conforme crecen y cambian los personajes y todo ello se ve tan real, tan próximo a la verdad, que apenas si se puede dudar sobre lo que se nos están contando.


Calificación: 8.5/10

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