Y
así lo era Niccolo. Apenas soltaba su violín, daba rienda suelta a sus bajos
instintos gastando grandes sumas de dinero, fruto de su excepcional talento. Tan
pronto obtenía algo de dinero rápidamente lo despilfarraba. Entre sus
opciones predilectas para gastarlo eran los juegos de azar y mujeres.
Así
como era bueno con el violín era igual o aun más bueno para meterse en líos de
faldas. Sin lugar a duda el talento acompañado del dinero le facilitaba
capturar la atención del sexo opuesto. Y no hablamos de unas pocas mujeres,
circulan gran variedad de historias de amoríos relacionados a él.
Cuentan
que una vez fugó de Génova hacia Parma con una joven veinteañera de
nombre Angelina Cavanna. Terminó embarazándola, para luego fugarse. Para su
mala suerte el padre de la joven no lo permitió y logró meterlo a la
cárcel. Niccolo solo saldría libre si se comprometía al pago
de dos letras. Al salir de la cárcel trató de evitar pagar la segunda letra por
lo que es puesto tras las rejas otra vez. Al final terminó pagando aún más que
la deuda que tenía en primer lugar.
En
múltiples ocasiones su adicción por los juegos de azar hizo que apostara su
amado violín. Aquel instrumento musical, que muchos dicen que el mismo sabotea.
Disfrutaba que sus cuerdas se rompieran en plena presentación. Obligándolo a
tocar con mucha más dificultad conforme cada cuerda reventaba. Hasta quedarse
con una sola cuerda, con la cual debía terminar toda la pieza.

Este
aspecto de su vida no hacía más que reforzar el mito de que Niccolo Paganini
había vendido su alma al diablo a cambio de una habilidad excepcional. Se decía
que cada vez que daba un recital el demonio lo acompañaba entre las sombras
disfrutando del talento de Paganini.
Alexander Alvarez
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